Helen Takahara La Guido

Según me contaron, nací en una casa modesta en el país francés fruto de un romance entre un parisino y mi madre, una japonesa de viaje turístico; así puede sonar algo "accidental", sin embargo no es así y fui bienvenida por la improvisada familia. Recuerdo las calles húmedas, sobretodo el frío del ambiente; igual, por eso ahora mis ropas habituales son demasiado encubridoras. Vivía en una de las calles cercanas a la enigmática catedral de Notre Dame; gótica y que incluso daba cierto miedo, me acuerdo que cada vez que pasaba por allí me escondía detrás de mis padres al ver las espeluznantes gárgolas... A veces sentía que me estaban vigilando o que se movían. Mi hogar; un piso en planta baja algo viejo y propio de la Revolución Industrial histórica, por fuera tenía el enladrillado oscurecido y la puerta de forja oxidada daba cierta impresión a lugar "muerto", mientras por dentro era un lugar acogedor pese a los muebles sombríos de época, los cuales eran de roble envejecido.

Mi padre, famoso empresario francés, resultó ser rico ya que él fue quién pidió a mi madre irse allí a vivir; mi madre, la cual era japonesa procedente de un lugar recóndito del que nunca me acordaré de su nombre, tenía fama por ser una buena médico y no tardó en encontrar trabajo después de haber aprendido el idioma occidental. Realmente, pasaba la mayoría del tiempo sola en casa cuando no tenía que marchar a clases diversas; me tenían a apuntada a casi todo lo posible, pues así también estaba vigilada y no sola. Todo parecía marchar normal hasta que un día comenzaron a sucederse las visitas de unos hombres uniformados, los cuales se reunían habitualmente por las noches con mi padre mientras que mi madre me mantenía ocupada leyéndome cuentos para dormir. A veces, pese al grueso empedrado de la construcción, se escuchaba cómo discutían... En ocasiones podía ver en la mirada de mi padre cierto temor a que algo pasase.

Un día extraño en el que mi padre salió de trabajar temprano, fuimos como nunca en familia a pasear y pasar la tarde por los distintos lugares de París. Aunque era un momento feliz y pese a mi edad, comenzaba a sospechar que todo aquello no era normal. Al llegar al hogar, mi padre y mi madre me miraron apenados con una mezcla entre pesadumbre y admiración; me dijeron que tenía ciertos poderes adentro de mí, los cuales había heredado de mi madre. Que extraño... ¿Magia cómo los cuentos?. No todo acababa ahí, pues mi matriarca quería enseñarme en aquel arte esotérico; no estaba dispuesta a vivir en un lugar aislada de la gente, ya que debía de marchar a un lugar aislado de todo lo que ya conocía y mi vida cambiaría súbitamente; toda la gente que conocía debía de olvidarla, pues según ella, "el mundo de los magos es muy distinto al de las personas normales". Al final cedí de cansancio a la obligación inquebrantable, no me molestó mucho el hecho de la deslocalización o el aislamiento, si no el miedo a olvidar a mi padre; según decía mi madre, éste no era mago y no podía entrar en "nuestro mundo" ya que era muy peligroso para él.

¿Quién hubiese pensado que mi madre, la cual era mujer de ciudad, tuviese en propiedad un caserón perdido en ningún lugar y lejos de la civilización?, allá iba... A emprender la enseñanza mágica con apenas seis años de edad con únicamente de compañera y maestra, pues allí solamente se veía en los alrededores campo a través y colinas abruptas sin resquicio de vida con único contacto con el exterior de un pueblo a varios kilómetros y un teléfono vía satélite. estos estaban apenas iluminados por luces de bajo consumo... Incluso, creo que me pareció ver alguna antorcha encendida. Eso no daba miedo, pese a la solitud estaba mi madre y el calor de un hogar acogedor; siempre adoraré la vieja chimenea en que ardía la maleza que traíamos desde el pueblo. Mi madre me tenía encerrada en un pequeño cubil, lugar que desde la madrugada hasta la hora de cenar trabajaba para mejorar mis dotes. Mi madre fue perspicaz al darse cuenta de que como maga no llegaba a ser nada deslumbrante y óptima ni parecía ver interés en mí en las artes destructoras. Estas razones fueron suficientes por las que mi comprensiva madre en lugar de enseñarme varias disciplinas de su arte, decidiese por enseñarme en un único campo y que solamente me serviría para protegerme de los males o del mismo futuro.

Tras cierto largo tiempo de enseñanza, había enfermado de manera extraña y requería volver a ser tratada a una ciudad habitada. Entonces mi madre muy preocupada decidió que dejásemos todos aquellos ritos inusitados de lado, pues mi vida y mi salud eran más preciadas que todo eso; no tardó en hacer el equipaje y llevarme con ella de vuelta a casa. Posteriormente me había dado cuenta de que ella también lo necesitaba, ya que mi madre añoraba a mi padre pese a las llamadas telefónicas.

Con el tiempo, mi madre fue cambiando de actitud con respecto a la magia por la razón de preferir para mí una vida normal que mágica, agitada y peligrosa. Todo parecía ir bien, pues digo "parecer" porque hasta el día de hoy no me había dado cuenta de los peligros acechantes en forma de espías de túnica. Prefiero olvidar ese día en el que todo un calvario comenzó para mí, el cual había empezado con un desafortunado accidente o al menos eso quería y sigo intentando creer que fue así; llamaron a mi madre para que fuese con extrema velocidad a la fábrica del que era propietario mi padre y a la cual yo acompañé pese a su negativa.

Cuando llegamos a la fábrica con urgencia después de haber utilizado el automóvil, me obligaron a permanecer sentada en un viejo sillón cercano a la moderna oficina. Allí estuve más de dos horas hasta que ella salió de allí llorando como si no existiese pese a mis preguntas algo quizás impertinentes al momento debido a mi desconocimiento de los hechos; finalmente y tras calmarse mi madre, ésta me contó lo sucedido. Él, mi padre había muerto por un supuesto accidente con unas de las modernas máquinas que ejercitaban el montaje semiautomático de automóviles; había sido atravesado por el soldador industrial de éste por razones desconocidas. Aún a día de hoy no sé muy bien la razón; los policías dijeron que fue un puro accidente y un fallo de la máquina, sin embargo, a veces pienso que todo fue un sabotaje de algún desalmado de entre los espías raros.

Únicamente pude llorar cuando escuché aquello por boca de mi madre y a la cual acompañé en el duelo fúnebre. Sin razón aparente, ella parecía misteriosamente nerviosa y asustada susurrando que todo era su culpa; me subí al coche con ella de regreso a casa hasta que de momento algo pareció ir mal por la razón de que el conductor del taxi parecía estar yendo por el trayecto equivocado y hacía oídos sordos a los avisos de mi madre. El siniestro chofer paró en la puerta de un edificio situado muy escondido entre dos callejones y que con ayuda de un arma nos obligó a entrar al local funesto y abandonado de la planta baja del nombrado. Éste nos ató y amordazó sin miramientos con simple naturaleza inhumana para luego interrogarnos; se centró en mi madre, pues no parecía tenerle importancia al asunto en que pedía un artefacto extraño, el cual era una gema azul con forma de gota de lluvia que tenía ciertas propiedades mágicas. El chofer mafioso comenzaba a desesperarse ante la negativa firme de mi madre notándose en su rostro un nerviosismo atroz.

Aquello no era de extrañar que terminase con tragedia; el hombre amenazante terminó por disparar su arma de fuego a quemarropa sobre la sien de mi inocente madre. Por aquel entonces tenía diez años y tampoco conocía muy bien el funcionamiento del mundo y no sabía qué le había pasado a mi madre, pues no entendía si ella yacía muerta o simplemente estaba dormida. Al ver que ante mis gritos acallados por la cinta aislante ésta no reaccionaba, comencé a temer lo peor. Aquel hombre empuñó el artefacto quita-vidas contra mí y me lo apoyó en la frente, así como si de una casualidad del destino fuese, entraron aparentemente socios de éste y lo acusaron de traición. No debió el personaje masacrador de haber matado a mi madre, aún menos el haber provocado el accidente letal de mi padre y mucho menos secuestrarme a mí.

Ante la desesperación y el caos formado entre éstos y el hombre asesino, saqué fuerzas de ninguna parte y gracias a mi pequeño tamaño pude deshacerme de aquellas cintas que me mantenían presa. A continuación y sin que nadie se diese cuenta, había salido corriendo de allí pidiendo ayuda a la calle. En aquellos momentos estaba tan nerviosa y sacada de quicio que no vi venir un coche, el cual me atropelló a gran velocidad.

Aquel accidente fue la causa de mi deficiencia sensorial; después de aquello recuerdo el momento en que desperté, sentía que abría mis ojos pero por más que intentaba no veía nada más que oscuridad. Me sentí en una profunda tristeza, cuyo paso del tiempo arreglaría y así pasaría a ver el mundo desde otra perspectiva.

Algo me sobresaltó en aquel oscuro mundo cuando de alguna manera una luz cálida azulada iluminó todo el espacio dejando mostrar figuras sin colores, siendo así lo que parecía una habitación propia de un hospital en la que yo estaba sometida a diversos aparatos que no dejaban de hacer pitidos. Era como una especie de circuito, sí; aquello era un Circuito Mágico de algún mago. Ese desconocido me había dado las palabras mágicas para usar aquel extraño hechizo.

Me percaté de mi situación y por qué el poder ver aquella luz tras pasar cierto tiempo en el que tuve que aprender a vivir como una ciega. Aquello fue hecho de ser maga y la carencia del sentido me hizo fuerte con respecto a la magia; podía ver con desearlo y decir las palabras mágicas correctas, aunque quizás de manera algo distinta a la visión de la gente estándar.

El hecho más importante fue innegablemente cuando el hombre que me acogió llamado Larocque me presentó el can que debía de ser mi guía en la vida diaria frente a mi oscuro mundo; de alguna manera creé un vínculo telepático con éste y el cual se llamaba y se sigue llamando Víctor, éste me habla a la mente muchas veces sobre cómo es el exterior cuando yo apenas puedo distinguirlo con mis deficiencias. Aún cuando observo y toco aquella misteriosa gema por la que habían muerto mis padres y que ahora estaba en mis manos, me acuerdo de ellos; fue un regalo del misterioso que pude "ver" en el hospital.

Había estado tres años en coma y había perdido el más preciado de los sentidos, mis padres estaban muertos y ahora cuidaba de mí un excéntrico inventor llamado Larocque en una casa rural a las afueras de Ciudad Fuyuki; éste siempre terminaba hablando sobre posibles curas a mi invidencia. Mis padres habían inculcado en mí una especie de humildad; si alguna vez tengo oportunidad de pedir algún deseo, no será el recuperar la visión.